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Luis Muñiz, fotografía deÁngel gonzález |
El claustro de la catedral de Oviedo, la estatua Pedro Menéndez
de Avilés, la iglesia de Santa Eufemia de Villanueva de Oscos y la casa de las
Conchas, en Salamanca. Luis Muñiz (Villaviciosa, 1954) es un experto en
conservación y rehabilitación de bienes culturales y ha intervenido desde hace
veinticinco años en múltiples proyectos repartidos por todo el territorio astur
y más allá de nuestras fronteras. Licenciado en la Escuela Superior de Bellas
Artes de París, dos de las últimas rehabilitaciones señeras de Gijón, aunque
requiriesen intervenciones menores, son obras de Muñiz. Así, rehabilitó y saneó
en abril la pérgola de Los Campinos, después de más de un año esperando una
intervención para que recuperara su esplendor, y en junio hizo lo propio con la
Escalerona.
-¿Cuándo se despertó en usted el interés por la restauración?
-Desde pequeñín estuve relacionado con el
mundo artístico; ya andaba de niño rompiendo cuchillos. Después de estudiar en
París, a los 32, como mi chica iba a hacer prácticas en el Arqueológico de
Madrid, me fui para allá. Yo había hecho siempre escultura, nunca me decanté
por la pintura. Aproveché el oficio que tenía para ver el tema de la
restauración. Lo complicado en la escuela de allí era el examen de entrada, ya
que de 400 que nos presentamos entramos nada más que doce. Cuando acabé
restauración, marché a trabajar a Salamanca, en la catedral y en la Casa de las
Conchas.
-¿Ha cambiado mucho la profesión desde entonces?
-Hay una cosa muy importante en la
restauración que son los criterios que se deben aplicar. La cosa avanzó,
evidentemente. Aplicado a monumentos avanzó mucho el tema de los tipos de
limpieza sobre el soporte, que ahora son más delicados. Lo otro viene a ser un
trabajo de mucho oficio, de estar siempre encima.
-En Gijón, con fama de polémicos, ¿sintió presión al restaurar
la Escalerona?
-Yo creo que los que notan más la presión
son los técnicos, porque están muy preocupados por si se mete la pata. En mí
confían casi plenamente. En la Escalerona, en su momento, hubo problemas por
ver quién tenía la competencia sobre ella, que si el Estado, que si Demarcación
de Costas... y, bueno, al final por presión popular se consiguió hacer la obra.
La preocupación es hacerlo bien siempre, que no haya polémica.
-¿Cómo fue el proceso de intervenir en la Escalerona?
-Bastante interesante porque saqué datos curiosos,
que, si no hay restaurador, caen en el olvido. En el interior de la torre ellos
tenían una serie de cabrestantes que accionaban desde las pesas del reloj que
había arriba, hasta el movimiento del mástil de la bandera que se batía. Vi una
polea y dije: «Ostras, eso es para batir el mástil». Como no había los medios
de elevación que había ahora, se inventaban otras cosas.
-¿Quiere decir que llegó a descubrir cosas durante ese trabajo
que no se conocían o se conocían muy poco?
-Sí; también se descubrieron cosas que
tenían que ver con el sistema de iluminación. Avelino Díaz Omaña, el que diseñó
la Escalerona, lo pensó todo muy bien. Ochenta años que tiene y yo la vi bien,
salvo alguna cosuca por ahí. Lo de descubrir también pasó en la Villa de
Veranes. Limpiando la zona, apareció una piedrina, y es la que ahora se usa
como referencia de la excavación. Si no hay un restaurador ahí, hay cosas que
no se ven.
-También trabajó sobre la cerámica de Los Campinos. ¿Fue un
proceso más complejo?
-Bueno, lo que se hizo en Los Campinos fue
más bien un trabajo de falsificación o reintegración invisible. Repusimos más
de doscientos azulejos. A simple vista no se ve un azulejo repuesto, pero está
lleno. José Aranda lo remodeló antes y encargó en su día las gresites con el
color y la medida adecuados. Lo que hicimos nosotros fue coger los que sobraron
y usarlos en la obra. Para los de arriba ya buscamos nosotros el color.
-¿Ha afectado la crisis para que se invierta menos en este tipo
de trabajos?
-Claro. Con la crisis hay mucho menos
trabajo. La idea inicial de la restauración era el embellecimiento de las
cosas; y eso, sin dinero.... Aparte, también es conservación cuando hay
cascotes cayendo o cosas que puedan suponer peligro; cuando ocurre eso, ahí sí
que te llaman. Un ejemplo de crisis fue la Estación del Vasco en Oviedo.
-¿Qué ocurrió ahí?
-Eso fue una pena total, un desastre. En
Oviedo lo que hicieron bien fue llamar a un profesional de Madrid que hizo un
trabajo impecable rescatando los paneles de cerámica de la estación,
cortándolos y recuperándolos. Si ahora existen y yo pude rehabilitarlos fue
gracias a que vino aquel chaval.
-¿Hay alguna de sus obras que recuerde con especial cariño?
-Pues todas las que he hecho desde que
formé mi propia empresa sociedad limitada. Porque lo de la anterior era algo
imposible. Era una forma de trabajo excesivamente industrial, no cuidando las
cosas. A partir de 2010 todos los trabajos que hago son mi responsabilidad,
estoy encantado con ellos y los siento como míos.
-¿Qué proyectos tiene con vistas al futuro?
-Pues ahora también hago muebles. Eso es la
famosa transversalidad de la que se habla. Hay gente que hace toda la vida
fotocopias. La mía fue un poco más variopinta por pura necesidad. Y también voy
a exponer en la galería Nómada unas cosas que hago con mecanismos, santos, y
demás objetos que encuentro por ahí. Hago piezas que muevan los ojos o se
conviertan en cajas fuertes. Siempre tuve una facilidad especial para la
tontería. Lo hago todo en el taller de mi casa, donde estoy muy a gusto.
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